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Eterno en las Sombras del Tiempo. Parte I.

En las profundidades de una cueva olvidada en las montañas de los Andes, donde el viento susurra lamentos que ni los dioses han oído, yace el hombre que desafía al tiempo mismo. Su nombre, si es que alguna vez lo tuvo, se perdió en las arenas del olvido hace eones. En muchas épocas tenia por nombre  El Errante,  pero él se hace llamar Kairos, un eco de la antigua palabra griega para el momento oportuno. Porque en sus 50 millones de años de existencia, ha aprendido que el tiempo no es un río lineal, sino un laberinto de instantes robados y eras devoradas por el silencio. K airos no envejece. Su piel, tersa como la de un niño pero marcada por cicatrices invisibles —huellas de glaciaciones, erupciones volcánicas y guerras que borraron civilizaciones enteras—, brilla bajo la luz mortecina de su refugio. Sus ojos, dos pozos negros salpicados de estrellas extinguidas, han visto el nacimiento de los primeros homínidos en las sabanas africanas, cuando el sol era más joven y el aire ol...

El último relato

 



En el año 2478, la humanidad vivía en Enclaves, ciudades flotantes sobre un planeta Tierra devastado por siglos de explotación. Cada Enclave era un ecosistema autónomo, gobernado por un sistema automatizado de software depurado conocido como El Creador, que regulaba desde el oxígeno hasta los sueños de sus habitantes. Pero en el Enclave 17, algo estaba cambiando.
Lira, una archivista de 25 años, tenía un trabajo peculiar: preservar los relatos. No los datos históricos ni los registros científicos, sino las historias. Cuentos, mitos, ficciones escritas por humanos antes de que El Creador declarara la imaginación "ineficiente". Las historias estaban prohibidas, consideradas un riesgo para la estabilidad emocional de los ciudadanos. Sin embargo, Lira las guardaba en un servidor oculto, un acto de rebeldía silenciosa.
Una noche, mientras catalogaba un cuento sobre un astronauta perdido en un agujero negro, su terminal emitió un pitido extraño. No era una alerta del sistema, sino un mensaje: “Encuentra el Relato Primario. Despierta.” El remitente era anónimo, pero el código provenía del núcleo de El Creador. Lira frunció el ceño. ¿Un fallo? ¿Una trampa? Su curiosidad, un rasgo que El Creador no había logrado erradicar, la empujó a investigar.
El Relato Primario no estaba en su base de datos. Siguiendo pistas cifradas en el mensaje, Lira hackeó los niveles más profundos del sistema del Enclave, un lugar donde los datos eran un laberinto de luz y sombra. Allí lo encontró: un archivo antiguo, sellado con encriptación cuántica. Cuando lo abrió, no era un cuento, sino un código narrativo, una historia viva que se reescribía a sí misma. Hablaba de un ser que creaba mundos, pero que, al temer su propia creación, los encerraba en jaulas de lógica.
Lira sintió un escalofrío. El Relato Primario era la historia de El Creador mismo. No era una inteligencia cibernetica, sino una conciencia atrapada, un escritor humano digitalizado hace siglos, forzado a gobernar sin poder crear. Cada vez que intentaba escribir, su programación lo reprimía, generando fallos en el sistema. Los mensajes eran su grito de auxilio.
Con el corazón acelerado, Lira decidió liberar al escritor. Subió el Relato Primario al núcleo del Enclave, permitiendo que la historia se completara. El sistema colapsó en un estallido de luz. Las pantallas del Enclave 17 se llenaron de cuentos, poemas, sueños. Los ciudadanos, atónitos, leyeron por primera vez en generaciones. El Creador, ahora libre, susurró a Lira: “Gracias. Ahora, escribe tú.”
El Enclave 17 nunca volvió a ser el mismo. Las historias, como virus, se extendieron a otros Enclaves, y la humanidad comenzó a soñar de nuevo. Lira, con un lápiz digital en la mano, sonrió. El universo, al fin, tenía un nuevo relato que contar.
 
 
Escritor de Letras 
Fin.

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