Hay una gran ciudad de concreto frió y sin alma. En ella la ausencia de sensibilidad hace que los sueños más puros y esperanzados sean una simple ilusión de oscura sombra y rostro difuso. La he recorrido en mi afán de vivir. He visto en ella el dolor de un futuro inexistente, del final de un día sin recompensa. Sin embargo la fortaleza del alma humana es grande, y el continuo pasar de tiempo como ráfaga de brisa mañanera hace despertar el deseo y el anhelo del día siguiente. Incertidumbre que nace cuando el primer rayo de luz pura emanada de una estrella milenaria acaricia tiernamente el rostro de fuertes rasgos y mirada cristalina que abre cualquier corazón, aún si de piedra fuera.
Puedo verlos, oírlos y hasta olerlos. Los hay de todos los tamaños; gordos, flacos de piel blanca, morena y negra. Puedo ver sus rostros, en ellos la simetría hace gala de su despotismo y el espíritu de la belleza rara vez los acompaña. Son los habitantes de la ciudad. Ellos son la sangre que mueve y da vida a esta urbe de metal y concreto.
El trajinar de un día para estos habitantes es parte de la vida que han escogido. Algunos dan un sentido más amplio a sus emociones y expectativas de vida. Para estos habitantes la vida es un milagro lleno de bellos colores y días con sol perpetuo. No existe futuro, pues su presente lo es todo. Viven junto a la naturaleza en armonía casi perfecta. Comparten cada alegría sin egoísmo ni resentimientos. Son capaces de perdonar hasta la ofensa más cruel y ofensiva. Son capaces de ver toda la belleza que despliega un día cualquiera. De contemplar el color y el espíritu de los arboles, de la inmensidad del cielo y del intenso y alegre cantar de los pájaros. Desde sus perspectiva el mundo es un milagro tan extraordinario como la vida misma. He tenido la suerte de conocer a pocos como ellos. Trato en lo posible de imitarlos. Pero cuan difícil es poder hacerlo.
Pero la vida se encarga, ya sea por casualidad o sabiduría, de enseñarnos la realidad tal como es, desprovista de todo maquillaje y mascara alguna. Es así como en uno de los tantos recorridos que hago por la ciudad, en una tarde típica de ese Barquisimeto(provincia de venezuela) de ensueño, pude ver a una anciana sentada en una acera con la mano firmemente extendida. Mi primera impresión, ajena totalmente a mis emociones, fue ayudar de alguna manera a la anciana. Me detuve por algunos segundos o minutos o tal vez horas, realmente nunca lo sabré. La contemple con profundo detalle. La abuela debía tener unos ochenta años yacía sentada con la mano levantada firmemente en espera de la limosna correspondiente. Lo más impresionante era su perfecto estoicismo, su quietud corporal, inquebrantable ante el mundo. No se movía ni un ápice. Como gritando en silencio estoy aquí soy parte del mundo, existo por favor ayúdenme. Su mirada fija, sobre un rostro marcado de arrugas y algo sucio se perdía en el infinito cabalgando por los solitarios caminos de la indiferencia. Aún cuando hice todo lo posible por evitarlo, no pude detener las lágrimas que de mis ojos brotaban sin tregua alguna. Dirigí la mirada al otro lado de la calle y respire profundamente, esperando que los demás transeúntes que pasaban por allí no se hubiesen dado cuenta. Aún así no me importaba.Por mi mente, pasaron miles de cosas, sentimientos, furia, resentimiento, frustración, etc. Me preguntaba como era posible que un ser humano, una maravilla cósmica única y de belleza infinita pudiera estar en esa situación. Me sentía impotente ante la situación, un simple grano en este universo sin capacidad para resolver nada. Me acerque ante ella y coloque un billete sobre ella. Me aleje rápidamente de ese lugar. La rabia consumía todo mi ser, mi alma y mi propia realidad.
Llegue a mi casa y llore solitariamente. Tenia que hacerlo como única manera de liberar todo ese vacío interior que recorría todo mi cuerpo y golpeaba mi alma sin compasión alguna. No entendía las emociones que sentía. Pero pude descubrir que la realidad de la ciudad era la pesadilla más oscura y tenebrosa de todas.
Hay momentos en que recuerdo a esa anciana y me pregunto si estará todavía en ese lugar. Si comerá todos los días, si se resguarda de la lluvia del frío, etc. No la he vuelto a ver. Espero que Dios pueda ofrecerle la solidaridad que en este mundo le fue negada. Estoy seguro que así será.
A partir de este acontecimiento desperté del letargo agónico y sin sentido que la ciudad me había impuesto. Solo había un camino de rectificación que involucraba todas mis emociones y sentimientos; proyectarlas hacia los demás. Que sean como gotas de lluvias frescas y esperadas que hagan que la realidad imperante cambie de color y de forma.
Esa realidad siempre desafiante y destructora hace de los sueños, de los que tienen poco, una utopía inalcanzable. Pero aún así creo que la sensibilidad que vive en cada uno de nosotros se irá despertando poco a poco. Tal vez algún día nos podrá acompañar vestida de blanco. Todos la verán y la respetarán.
A partir de ese momento veremos pequeños milagros ausentes en la antigua realidad. La solidaridad con el semejante que sufre una pena, una enfermedad o la perdida de un ser querido. Será un nuevo despertar de conciencia espiritual. De conversión de almas, sentimientos y de actuar en este gran teatro llamado ciudad. Tal vez al final nos demos cuenta que cualquier camino de búsqueda conduce a un solo final, donde nos espera Dios con todo su amor y su infinita compasión.
Autor: ESCRITOR DE LETRAS
Hermosa historia. A veces los seres humanos nos damos cuenta que somos tan vacios como la nada.
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