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Eterno en las Sombras del Tiempo. Parte I.

En las profundidades de una cueva olvidada en las montañas de los Andes, donde el viento susurra lamentos que ni los dioses han oído, yace el hombre que desafía al tiempo mismo. Su nombre, si es que alguna vez lo tuvo, se perdió en las arenas del olvido hace eones. En muchas épocas tenia por nombre  El Errante,  pero él se hace llamar Kairos, un eco de la antigua palabra griega para el momento oportuno. Porque en sus 50 millones de años de existencia, ha aprendido que el tiempo no es un río lineal, sino un laberinto de instantes robados y eras devoradas por el silencio. K airos no envejece. Su piel, tersa como la de un niño pero marcada por cicatrices invisibles —huellas de glaciaciones, erupciones volcánicas y guerras que borraron civilizaciones enteras—, brilla bajo la luz mortecina de su refugio. Sus ojos, dos pozos negros salpicados de estrellas extinguidas, han visto el nacimiento de los primeros homínidos en las sabanas africanas, cuando el sol era más joven y el aire ol...

La verdad como algo intangible en el siglo XXI

 

Realmente vemos y sentimos la verdad como lo más transparente de este mundo



La verdad, en su esencia, se percibe como un ideal puro y cristalino, una luz que ilumina sin sombras. Sin embargo, su transparencia es engañosa; está moldeada por perspectivas, emociones y contextos. Vemos la verdad a través de nuestras experiencias, lo que la hace subjetiva, aunque anhelemos su universalidad. Sentimos su peso en el corazón, en la certeza que nos libera o nos confronta. Pero, ¿es realmente transparente? La verdad requiere valentía para ser enfrentada, pues desnuda nuestras vulnerabilidades. Así, aunque la buscamos como claridad absoluta, siempre lleva el matiz de nuestra humanidad. La verdad es un agujero por donde el que mira ve algo diferente.

La verdad no siempre es unívoca; se fragmenta en las narrativas que construimos. En un mundo saturado de información, discernirla exige un esfuerzo consciente, un filtrado de prejuicios y manipulaciones. A menudo, la verdad se oculta tras capas de conveniencia o miedo, y solo emerge cuando nos atrevemos a cuestionar. Es un espejo que refleja no solo lo que es, sino lo que elegimos ver. Sentirla, en cambio, es un acto visceral: la verdad resuena en nuestra intuición, en esa chispa de reconocimiento que trasciende la lógica. La verdad muchas veces se oculta. Nos oculta. Sin embargo, aceptar la verdad implica responsabilidad, pues nos obliga a actuar en consecuencia, transformando nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. La verdad, aunque transparente en teoría, es un mosaico complejo que nos desafía a ser auténticos. Aunque ser auténticos implique el malestar de muchos.

Los grandes medios de comunicación, en su rol de narradores globales, a menudo distorsionan esta verdad que anhelamos. Con agendas políticas, económicas o ideológicas, seleccionan hechos, amplifican ciertas voces y silencian otras, creando narrativas que no siempre reflejan la realidad. Manipulan mediante el sensacionalismo, titulares sesgados o la omisión de contexto, moldeando percepciones para influir en audiencias. Por ejemplo, un evento puede presentarse como crisis o triunfo según el enfoque, confundiendo al público. Las redes sociales amplifican este efecto, donde algoritmos priorizan contenido emocional sobre hechos objetivos. Esta manipulación erosiona la confianza, fragmentando aún más la verdad colectiva. Sin embargo, la solución radica en el pensamiento crítico: cuestionar fuentes, contrastar perspectivas y buscar datos primarios. Solo así podemos acercarnos a esa verdad transparente que, aunque esquiva, sigue siendo el faro de nuestra comprensión.


El escritor de Letras


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