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Semilla de vida. Parte 2.

 El gran despertar U n día como hoy, hace ciento treinta y tres años llegué a un mundo donde la belleza de la naturaleza había sido cambiada por la eficiencia de la máquina y donde el disfrute por lo natural intercambiado por lo sintético elemental. Aún así la civilización que recibí como herencia hizo de mi un hombre buscador de verdades ocultas. Un insoslayable precursor de la solidaridad entre todas las criaturas con derecho a una vida digna y llena de amor. Un incansable hacedor de realidades y sueños carentes del medio físico que los impulse al mundo real. Un observador empedernido y vehemente del mundo que llega a mis ojos cada instante y que provoca en mi cerebro las multicolores imágenes producto del aglutinamiento de millones de fotones que como niños escapan hacia la libertad de la acción y hacia la esclavitud del destino. Realmente me siento bien físicamente aún cuando la prótesis visual que reemplazo mis ojos hace veinticinco años atrás me produce un pulsante dolor de c

Viviendas: ¿seres vivos?


Un prototipo de máquina desarrolla ya “construcciones genéticas” a un nivel básico capaz de ordenar información molecular y de conseguir una arquitectura que crea su entorno

Un grupo reducido de biogenetistas, arquitectos y expertos en computación avanzada repartidos por todo el mundo, trabaja en un concepto radical que está dando ya sus primeros frutos: las “Arquitecturas Genéticas”. Nuevas proyecciones ecológico–ambientales que están operando un salto definitivo en nuestro acercamiento a la naturaleza: dejar de inspirarse meramente en ella para operar una “biomímesis” que convierta a las construcciones en naturales, en auténticos seres vivos habitables.
Edificios cuyos tabiques y techos sean de texturas vegetales, o de piel misma, con calefacción radiante a través de sus venas; con sangre natural o savia calentando y refrigerando según la estación del año, aportando el oxígeno para nuestra ventilación y los nutrientes para que nuestro hogar se mantenga siempre vivo y en forma.

Viviendas que se construyan a sí mismas, se auto- reparen los desperfectos, y se limpien con esmero, como lo haría un gato. Edificar sin necesidad de vigas, pintura o yeso, abandonando las técnicas artesanales que nos han acompañado durante milenios. Y de paso, cambiar todas las reglas de juego de la industria de la construcción.

Dar el salto definitivo en nuestro acercamiento a la naturaleza: dejar de inspirarse meramente en ella (como lo han hecho, con maestría, Antoni Gaudí, o Santiago Calatrava) para operar una “biomímesis” que convierta a las construcciones en naturales, en auténticos seres vivos habitables.

Un salto que la informática por un lado, y nuestro conocimiento genético por otro, pueden hacer viable en no mucho tiempo. Pasar de “vivir en la naturaleza” (Frank Lloyd Wright) a crear nuestros hogares “con la naturaleza”.


Ladrillos de ADN

La arquitectura genética considera al mismo software como el material con el que trabajar. La informática y la robótica cumplen un papel esencial en la construcción automática de la vivienda, o de la “raza” de viviendas que se quieran crear con criterios biológicos.

Los programas informáticos esta vez se utilizan para la creación de cadenas de ADN artificial, (o natural, según el caso). La fase más compleja consiste en trasladar la información genética, diseñada en ordenadores, a una máquina que pueda realizar de forma automática la construcción. Una arquitectura enteramente automatizada, en la cual el “director de obra” sea la información de ADN, que organice la producción física del edificio sin intervención humana.

Así es como trabaja la ingeniería genética: el hombre manipula la información primaria del gen, y después la célula se crea “sola” conforme a las instrucciones de la cadena genética. La intención es transponer este procedimiento, bien conocido en la genómica, a la arquitectura.

Estévez y sus colaboradores ya han inventado un prototipo de máquina capaz de desarrollar esas “construcciones genéticas” a un nivel básico. Ordenando la información a nivel molecular, se podría conseguir una arquitectura que no creciera en un entorno, sino que lo creara.

La “obra final” no existiría, en realidad siempre estaría desarrollándose, adaptándose a sus moradores, automatizando la variabilidad, al igual que hacen las cadenas genéticas de los seres humanos. O, como declara Mark Goulthorpe: “Queremos hacer realidad el viejo sueño de una arquitectura dinámica, capaz de responder físicamente a los estímulos de su entorno, al clima, a los sonidos y movimientos de las personas que viven ahí”. Ese es el reto: abandonar el funcionalismo milenario y adentrarnos e las arquitecturas emocionales y psíquicas.


Vuelta a los orígenes

Si la investigación continúa avanzando por este camino, y nos envolvemos con hogares “vivos”, esa “vida exterior” se irá acercando hacia nuestra propia biología. Y entonces, terminaremos usando mobiliario, ropa y objetos también vivientes. Llegar a vestirnos, porqué no, con piel viva. Un contrasentido para Adolf Loos, éste de ” vida sobre vida”: recubrir un material con el mismo material.

Pero Loos está considerando dos materiales distintos, y en realidad son dos formas del mismo material. ¿porqué no terminar, nosotros mismos, “siendo” la casa y los objetos que nos rodean? Como Gaudí afirmaba: “Ser original significa volver a los orígenes”.

Las utopías siempre llegan más tarde de lo que se espera, pero luego se quedan cortas. El camino que Chu y Estévez han iniciado constituye un retorno radical a la naturaleza, que acaso termine por hacernos, a los seres humanos, indistinguibles respecto de los organismos que nos cobijen y atiendan, fundidos con un entorno biológico parcialmente generado por nosotros.

Fuente: David Carrión / www.tendencias21.net

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