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Semilla de vida. Parte 2.

 El gran despertar U n día como hoy, hace ciento treinta y tres años llegué a un mundo donde la belleza de la naturaleza había sido cambiada por la eficiencia de la máquina y donde el disfrute por lo natural intercambiado por lo sintético elemental. Aún así la civilización que recibí como herencia hizo de mi un hombre buscador de verdades ocultas. Un insoslayable precursor de la solidaridad entre todas las criaturas con derecho a una vida digna y llena de amor. Un incansable hacedor de realidades y sueños carentes del medio físico que los impulse al mundo real. Un observador empedernido y vehemente del mundo que llega a mis ojos cada instante y que provoca en mi cerebro las multicolores imágenes producto del aglutinamiento de millones de fotones que como niños escapan hacia la libertad de la acción y hacia la esclavitud del destino. Realmente me siento bien físicamente aún cuando la prótesis visual que reemplazo mis ojos hace veinticinco años atrás me produce un pulsante dolor de c

! Sentimientos ajenos..no los veo ¡



Es una capacidad que resulta decisiva para la vida de cualquier persona, pues que afecta a un espectro muy amplio de necesidades vitales del hombre: es fundamental para la buena marcha de un matrimonio, para la educación de los hijos, para hacer equipo en cualquier tarea profesional, para ejercer la autoridad, para tener amigos..., en fin, para casi todo.

Hay personas que sufren de una especial falta de intuición ante los sentimientos de los demás. Pueden, por ejemplo, hablar animadamente durante tiempo y tiempo, sin darse cuenta de que están resultando pesados, o que su interlocutor tiene prisa y lleva diez minutos haciendo ademán de querer concluir la conversación, o que el tema no le interesa nada en absoluto.
A lo mejor intentan dirigir unas palabras que les parecen de amigable y cordial crítica constructiva –a su cónyuge, a un hijo, a un amigo–, y no se dan cuenta de que, en la situación de su interlocutor en ese momento concreto, sólo están logrando herirle.
O irrumpen sin consideración en las conversaciones de los demás, cambian de tema sin pensar en el interés de los otros, o hacen bromas inoportunas y se toman confianzas que molestan o causan desconcierto. O quizá intentan animar a una persona que se encuentra abatida después de un disgusto o un enfado, y le dicen unas palabras que quieren ser de acercamiento pero, por lo que dicen o por el tono que emplean, su intento resulta contraproducente.
Esas personas, que parecen entrar en la vida de los demás como un caballo en una cacharrería, no suelen ser así por mala voluntad, sino porque, como decíamos, les falta sensibilidad ante los sentimientos ajenos.
Y como ha señalado Daniel Goleman, esto sucede porque las personas no expresamos verbalmente la mayoría de nuestros sentimientos, sino que emitimos continuos mensajes emocionales no verbales, como los gestos, la expresión de la cara o de las manos, la postura, el tono de voz que empleamos, o incluso los silencios, tantas veces tan elocuentes. Es como un amplio conjunto de emisiones multimedia, con muchos ámbitos diferentes, muchos registros y muy diversos medios de transmisión, que ilustran y enriquecen las simples palabras.Esas personas de las que hablábamos, tan inoportunas, son así porque apenas han desarrollado su capacidad de captar esos mensajes no verbales: se han quedado –por decirlo así– sordas a esas otras emisiones que todos irradiamos de modo continuo.
Y lo notamos también en nosotros, en nuestra propia relación con otras personas, cuando quizá a posteriori advertimos que nos ha faltado intuición; o que quizá no nos hemos percatado de que alguien –sin decirlo expresamente– había querido darnos a entender algo; o caemos en la cuenta de que, sin querer, hemos ofendido a una persona, o hemos sido poco considerados ante sus sentimientos.Es entonces cuando advertimos nuestra falta de empatía, nuestra sordera ante las notas y acordes emocionales que todas las personas emiten, unas veces de modo más directo y otras más sutilmente, más entre líneas.

Pero caer en la cuenta de que hemos cometido esos errores es una excelente forma de mejorar esa capacidad de reconocer los sentimientos ajenos. No hay que olvidar que se trata de una capacidad que resulta decisiva para la vida de cualquier persona, pues que afecta a un espectro muy amplio de necesidades vitales del hombre: es fundamental para la buena marcha de un matrimonio, para la educación de los hijos, para hacer equipo en cualquier tarea profesional, para ejercer la autoridad, para tener amigos..., en fin, para casi todo.

Hay tantas situaciones en la vida que serian tan transparentes, sin malentendidos. Sin la pesadez de la culpa. Solo falta ser honesto. Decir lo que se siente y nada más. Pero en la vida hay gente que quizás no sabe ser honesta.....sin sentimientos. La hipócresia las envuelve, es sutil y delicada ante los demás, pero efectiva. Personas que para cada detalle y circunstancia de la vida, crean grandes incertidumbres y profundas heridas dificiles de sanar a corto plazo. Son personas insensibles..son almas vacías. Amparadas por religiones, dogmas e historias de vida. Creo sinceramente que Dios no aprueba esa conducta. Hay que tener mucha fuerza para poder desplegar la verdad en cualquier momento. La verdad cuando sale libera, llena un vació. [javier vivas]

Fuente:Alfonso Aguiló/www.familia.cl

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