Por increíble que parezca, es poco lo que sabemos sobre el 99% del espacio habitable de la Tierra. Pues – medido por volumen, más bien que simplemente por área de superficie- esto es lo que representan los mares y los océanos. Y no sabemos prácticamente nada sobre sus profundidades.
De promedio, los mares de la Tierra tienen 4000 metros de profundidad (el lugar más profundo, según lo que sabemos, es la Fosa Mariana en el Pacifico, a 11000 metros de profundidad). Todo lo que se halla debajo de 200 metros de la superficie es clasificado como “mar profundo”, y en general sigue siendo un misterio. Hasta la fecha apenas hemos explorado 10 kilómetros cuadrados de los 300 millones de kilómetros cuadrados de los lechos marinos del planeta.
Lo poco que hemos encontrado es fascinante. Para empezar, el lecho de los océanos, igual que la Tierra, tiene planicies y fosas, cordilleras, volcanes y gargantas. Las temperaturas pueden alcanzar extremos; mientras que la mayoría de los mares profundos son helados, en algunos lugares el agua esta hirviendo. En estos respiradores hidrotermales, las grietas en el lecho del mar vomitan agua toxica hirviente. Mas pese al calor y a los sulfuros tóxicos, muchas criaturas- incluso gusanos tubulares gigantes, almejas y microorganismos- viven en sus alrededores.
El obstáculo principal para llegar a conocer mas sobre los mares profundos es la dificultad de llegar a estas profundidades, explica Ron Douglas, de la Universidad de Cambridge y la City University de Londres. Los humanos apenas podemos bucear a menos 30 a 40 metros de profundidad sin ayuda especializada. La presión de profundidad sin ayuda especializada. La presión aumenta 1 atmósfera por cada 10 metros. Y la oscuridad es total: el sol sólo penetra a 1.000 metros debajo de la superficie. El uso de redes es una solución posible, pero hacer llegar una red a 4.000 metros de profundidad requiere una cuerda de hasta 14 kilómetros de largo. Puede llevar hasta 12 horas para bajar y volver a subirla y es difícil de controlar, por lo cual arriesga causar daño a las muestras de especies. Además, el tamaño de la red es apenas mayor que un arco de fútbol, diminuta comparada con la inmensidad de los océanos. Las embarcaciones sumergibles ofrecen una alternativa. Pero en todo el mundo sólo hay alrededor de una docena apropiadas para os mares profundos, y enviar a una de ellas a 2.000 metros de profundidad resulta sumamente costoso.
En efecto, el hombre ha llegado al fondo del mar una sola vez, cuando Jacques Piccard y Don Walsh descendieron al fondo de la Fosa Mariana en 1960: las paredes de su embarcación, Trieste, tenían un espesor de 127 milímetros para poder resistir a las enormes presiones de 1,4 toneladas por centímetro cuadrado. “Los sumergibles son ruidosos y tienen luces brillantes en un lugar tranquilo y oscuro, y esto ahuyenta a los especimenes,” dice Douglas. “¡Cualquier cosa con algún sentido o razón escapará del sitio, dejando atrás sólo a los estúpidos, los ciegos y los viejos para la contemplación de los científicos!” No obstante, a pesar de todas estas dificultades, los investigadores constantemente encuentran nueva vida en el mar profundo. “Los animales que viven allí abajo son infinitamente fascinantes,” dice Douglas. “Se han adaptado a la increíble presión, así como a los extremos en la temperatura y la ausencia de luz: pocos sobreviven cuando son traídos a la superficie.” La densidad de población en el mar profundo es baja; por ende, las especies también se han adaptado también a esta circunstancia. La mayoría de los peces tienen dientes agudos, boca grande y estómago elástico para aumentar sus posibilidades de capturar y digerir cualquier presa que se aventura a pasar por su lado. Y algunos tipos de rape macho han desarrollado una manera única de asegurar que aprovechan cualquier oportunidad de reproducir: se adhieren al lomo de la hembra, de forma permanente. En ese mundo oscuro, explica Douglas, las criaturas se comunican iluminando órganos especializados (fotóforos) en su cuerpo. Estos también se usan para atraer machos o hembras o presas, y para ahuyentar predadores. Pero esto no es más que un vistazo fugaz. Como destaca Douglas, ya es bastante difícil hacerse siquiera una idea de las criaturas allí abajo, ni hablar de determinar las funciones de cada una dentro de su ecosistema. No tiene duda de que la vida del océano profundo es por lo menos tan diversa como en tierra –probablemente mucho más diversa aun – y tan probable de proporcionar productos valiosos, como por ejemplo medicinas que podrían salvar vidas. La puja para llevar a un hombre a la luna empezó alrededor del mismo tiempo que Piccard y Walsh lograron bajar a la Fosa Mariana. Desde entonces, 12 seres humanos han caminado sobre la luna, pero ninguno ha vuelto al lecho del mar. Douglas concluye:
“Probablemente para las generaciones futuras el océano será tan excitante como los viajes espaciales fueron para las generaciones que las precedieron.”
Fuente:www.ourplanet.com
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